copiado por Soul Asylum
JULIO CORTAZAR
Nacido accidentalmente en Bruselas en 1914, Es uno de los escritores argentinos ms importante de todos los tiempos.
Realiz estudios de Letras y Magisterio y trabaj como docente en varias ciudades de la Argentina.
En 1951 fij su residencia definitiva en Pars, desarrollando desde all una obra literaria nica dentro de la lengua castellana. Alguno de sus cuentos se entre los ms perfectos den-
tro de la lengua castellana.
Algunos de sus cuentos se encuentran entre los ms perfectos del gnero.
Su novela Rayuela conmocion el panorama cultural de su tiempo y marc un hito insoslayable dentro de la narrativa contempornea.
Cortzar muri en Pars en 1984.
Editorial Alfaguara
Circe
And one kiss I had of her mouth, as I
took the apple from her hand. But while
I bit it, my brain whirled and my foot
stumbled and I felt my crashing fall
through the tangled boughs beneath her
feet and saw the dead white faces that
wecomed me in the pit.
Dante Gabriel Rosetti
The Orchard-Pit
Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le doli la coincidencia de los chismes entrecortados, la cara servil de Madre Celeste contndole a ta Beb, la incrdula desazn, en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las palabras con la delicia de bolo vegetal. Y tambin la chica de la farmacia -no porque yo lo crea, pero si fuese verdad, qu horrible- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lpices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia Maara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser as, pero en Mrio se abra paso la puerta limpia un aire de rabia subindole a la cara . Odi de impreviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los haba querido nunca, slo la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo y brutal, a don Emilio lo pute de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la de la casa de altos le neg el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volva del trabajo en traba ostensiblemente para saludar a los Maara y acercarse
-a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que haba matado a sus dos novios.
Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos yo tena doce aos, el tiempo y las cosas son lentas entonces y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario crey un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste : La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo, y ni parpade cuando su madre hizo ademn de cruzarle la cara con una toalla. Despus de so fue la ruptura manifiesta lo dejaban solo, le lavaban la ropa por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella sala, a veces la escuchaba rerse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.
Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se llor y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancola casi colonial. Los Maara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario sigui vindola dos veces por semana cuando volva del banco. Era ya verano y Delia quera salir a veces, iban juntos a las confiteras de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumpli diecinueve aos,
Delia vio llegar sin fiestas - todava estaba de negro- los veintids.
Los Maara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor slo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se pona el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y
los Maara se dejaba pasear y comprar cosas, volver son la ltima luz y recibir los domingos por la tarde. A veces sala sola hasta el antiguo barrio, donde Hctor la haba festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerr con ostensible desprecio las persianas. Un gato segua a Delia, todos los animales se mostraban siempre sometidos Delia, no se saba si era cario o dominacin, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario not una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llam era en el Once, de tarde y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre deca que Delia haba jugado con araas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tena un poco de miedo. Y las mariposas venan a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Hctor le haba regalado un conejo blanco,
que muri pronto, antes que Hctor. Pero Hctor se tir en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oy los primeros chismes. La muerte de Rolo Mdicis no haba interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un sncope. Cuando Hctor se suicid los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renaca la cara servil de Madre Celeste contndole a ta Beb, la incrdula desazn en el gesto de su padre. Para colmo fractura de crneo, porque Rolo cay de una pieza al salir del zagun de los Maara, y aunque ya estaba muerto el golpe brutal contra el escaln fue otro feo detalle. Delia se haba quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta,
pero de todos modos estaba cerca de l y fue la primera en gritar. En cambio Hctor muri solo, en una noche de helada blanca, alas cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los sbados.
Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que haca linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todava con el luto por Hctor nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho, aceptaba la compaa de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se haba sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una visita, y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estacin Medrano, miraba a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. Meda ese balanceo sobre negro, esa distancia. Pero Dela se acercara cuando volviera al gris, a los claros sombreros para el domingo a la maana.
Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataques cardacos o asfixia por inmersin. Muchos conejos languidecen y mueren en casas, en los patios. Muchos perros rehuyen o aceptan las caricias. Las pocas lneas que Hctor dej a su madre, los sollozos que la casa de altos dijo haber odo en el zagun de los Maara la noche en que muri Rolo pero antes del golpe, el rostro de Delia los primeros das...La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cmo de tantos nudos agregndose nace al final el trozo de tapiz, con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.
Perdonme mi muerte, es imposible que entiendas pero perdonme, mam. UN papelito arrancado al borde de Crtica, apretado con una piedra al lado del saco que qued como un mojn para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche haba sido tan feliz, claro que lo haban visto raro las ltimas semanas no raro, mejor distrado, mirando el aire como si viera cosas. Igual que si se tratara de escribir algo en el aire , descifrar un enigma. Todos los muchachos del caf Rub estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no, le fall el corazn de golpe. Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y Chevrolet doble faetn, de manera que pocos haban confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de los altos sostuvo das y das que el llanto de Rolo haba sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi en seguida el golpe atroz de la cabeza contra el escaln, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya intil.
Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubra urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca pregunt a Delia, esperaba vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia Sabra exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Maara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Hctor sin violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional. Cuando Mario se sgreg, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, mas palpables y solcita de sbado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad episdica, un da toc el piano, otra vez jug al ludo era ms dulce con Mario, lo haca sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o bordado. Nunca le deca nada de los postres o bombones , a Mario le extraaba pero lo atribua a la delicadeza, a miedo de aburrirlo. Los Maara alababan los licores de Delia una noche quisieron servirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que haba volcado casi todas las botellas. A Hctor... empez plaidera su madre, y no dijo ms por no apenar a Mario. Despus se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocacin de los novios. No volvieron hablar de licores hasta que Delia recobr la animacin y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Maara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con telfonos, y lo hicieron quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego l les dijo lo del ascenso, y que le traa bombones a Delia.
-Hiciste mal en comprar eso, pero and a llevrselos, est en la sala.- Y lo miraron salir y se miraron hasta que Maara se sac los telfonos como si se quitara una corona de laurel, y la seora suspir desviando los ojos. De pronto los dos parecan desdichados, perdidos. Con un gesto turbio Maara levant la palanquita de la galena.
Delia se qued mirando la caja y no hizo mucho caso a los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que saba hacer bombones. Pareca excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empez a describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los baos de chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perfor uno de los que le traa Mario para mostrarle como se los manipulaba Mario vea sus dedos demasiado blancos contra el bombn, mirndola explicar le pareca un cirujano
pausando un delicado tiempo quirrgico. El bombn como una menuda laucha en los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sinti un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. Tire ese bombn, hubiera querido decirle. Trelo lejos, no vaya a llevrselo a ala boca porque est vivo, es un ratn vivo. Despus le volvi la alegra des ascenso, oy a Delia repetir la receta del licor de t, del licor de rosa...Hundi los dedos en la caja y comi dos, tres bombones seguidos. El se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. El tercer novio, pens raramente. Decirle as : su tercer novio, pero vivo.
Ahora ya es ms difcil hablar de esto, est mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidos menores, de falsedades mnimas que tejen y tejen por detrs de los recuerdos parece que l iba ms seguido a lo de los Maara, la vuelta a la vida de Delia lo cea a sus gustos y sus caprichos, hasta los Maara le pidieron con algn recelo que alentara a Delia, y l compraba sustancias para los licores, los filtros y embudos que ella
reciba con una grave satisfaccin en la que Mario sospechaba un poco de amor, por lo menos algn olvido de los muertos.
Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradeca sin sonrer, pero dndole lo mejor del postre y el caf muy caliente. Por fin haban cesado los chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quin si sabe si los bofetones al ms chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso Mario lleg a creer que haban recapacitado, que absolvan a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habl de su casa en lo de Maara, ni mencion a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de la otra la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanzas de que el futuro acercara las casas, las gentes, el sordo al paso incomprensible que senta -a veces, a solas- como ntimamente ajeno y oscuro.
Otras gentes no iban a ver a los Maara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o amigos. Mario no tena necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos saban
que era l . En diciembre, con un calor hmedo y dulce, Delia logr el licor de naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Maara no quisieron probarlo, seguros de que les hara mal. Delia no se ofendi, pero estaba como transfigu-
rada mientras Mario sorba apreciativo el dedalito violceo lleno de luz naranja, de olor quemante. Me va a hacer morir de calor, pero est delicioso, dijo una o dos veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observ : Lo hice para vos. Los Maara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince das de trabajo.
A Rolo le haban gustado los licores de Delia. Mario lo por las palabras de los Maara dichas al pasar cuando Delia no estaba Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tena miedo por el corazn. El alcohol es malo para el corazn. Tener un novio tan delicado, Mario comprenda ahora la liberacin que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Maara qu le gustaba a Hctor, si tambin Delia le haca licores o postres a Hctor. Pens en los bombones que Delia volva a ensayar y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le deca a Mario que Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Despus de pedir muchas veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con un asomo de menta y nuez moscada mezclndose raramente-, Delia tena los ojos bajos y el aire modesto. Se neg a aceptar los elogios, no era ms que un ensayo y an estaba lejos de los que se propona. Pero a la visita siguiente -tambin de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permiti probar otro ensayo. Haba que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Mario obediente cerr los ojos y adivin un sabor a mandarina, levsimo, viniendo desde lo ms hondo del chocolare. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes, no alcanz a sentir el sabor y era slo la sensacin agradable de encontrar un apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.
Delia estaba contenta con el resultado, dijo a Mario que su descripcin del sabor se acercaba a lo que haba esperado. Todava faltaban ensayos, haba cosas sutiles por equilibrar. Los Maara le dijeron a Mario que Delia no haba vuelto a sentarse al piano, que se pasaba horas preparando los licores, los bomobones. No lo decan con reproche, pero tampoco estaban contentos Mario adivin que los gastos de Delia los afligan. Entonces pidi a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias.Ella hizo
algo que nunca antes, le pas los brazos por el cuello y lo bes en la mejilla. Su boca ola despacito a menta. Mario cerr los ojos, llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los prpados. Y el beso volvi, ms duro y quejndose.
No supo si le haba devuelto el beso, tal vez se que d quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra d ella sala. Ella toc el piano, como casi nunca ahora, y le pidi que volviera al otro da. Nunca haban hablado con esa voz, nunca se haban callado as. Los Maara sospecharon algo porque vinieron agitando los peridicos y con noticias de una aviador perdido en el Atlntico. Eran das en que muchos aviadores se quedaban a mitad del Atlntico. Alguien encendi la luz y Delia se apart enojada del piano, a Mario le pareci que su gesto ante la luz tena algo como una fuga enceguecida del ciempis, una loca carrera por las paredes. Abra y cerraba las manos, en el cano de la puerta, y despus volvi como avergonzada, mirando de reojo a los Maara los miraba de reojo y sonrea.
Sin sorpresa, casi como una confirmacin, midi Mario esa noche a fragilidad de la paz de Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase Hctor era ya el desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manas delicadas, la manipulacin de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercana de las mariposas y los gatos, el aura de su respiracin a medias en la muerte. Se prometi una caridad sin lmites, una cura de aos en habitaciones claras y parques alejados del recuerdo tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese ms una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir.
Crey que los Maara iban a alegrarse cuando l empezara a traerle los extractos a delia en cambio se enfurruaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban transando y yndose, sobre todo cuando vena la hora de las pruebas, siempre en la sala y casi de noche, y haba que cerrar los ojos y definir -con cuntas vacilaciones a veces por sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, pequeo milagro en el plato de alpaca.
A cambio de esas atenciones Mario obtena de Delia la promesa de ir juntos al cine o a pasear por Palermo. En los Maara adverta gratitud y complicidad cada vez que vena a buscarla el sbado de tarde o la maana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos en la casa para or radio o jugar a las cartas. Pero tambin sospech una repugnancia de Delia de irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Maara se alegr ms, entonces se diverta de veras en la Exposicin Rural, quera pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudindolos hasta cansarse. El aire puro le haca bien, Mario le vio una tez ms clara y una andar decidido. Lstima esa vuelta vespertina al laboratorio, el ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la absorban al punto de dejar los licores ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A los Maara nunca Mario sospechaba sin razones que los Maara hubieran rehusado probar sabores nuevos preferan los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero como invitndolos, ellos escogan las formas simples, las de antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario le diverta el sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distrado. Guardaba para l las novedades, a ltimo momento vena de la cocina con el platito de alpaca una vez se hizo tarde tocando el piano y Delia dej que la acompaara hasta la cocina para buscar uno bombones nuevos. Cuando encendi la luz, Mario vio el gato dormido en su rincn, y las cucarachas que huan por las baldosas. Se acord de la cocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los zcalos. Aquella noche los bombones tenan gusto a moka y un dejo raramente salado en lo ms lejano del sabor como si al final el gusto se escondiera en una lgrima era idiota pensar en eso, en el resto de las lgrimas cadas de la noche de Rolo en el zagun.
-El pez de color est triste -dijo Delia mostrndole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones. Un pececillo rosa traslcido dormitaba con un acompasado movimiento de la boca. Su ojo fro miraba a Mario como una perla viva. Mario pens en el ojo salado como una lgrima que resbalara entre los dientes al mascarlo.
-Hay que renovarle ms seguido el agua -propuso.
-Es intil, est viejo y enfermo. Maana se va a morir.
A l le son el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos. Todava tan cerca de aquello, del peldao y el muelle, con fotos de Hctor aprareciendo de golpe entre los pares de medias o enaguas de verano. Y una flor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.
Antes de irse le pidi que se casara con l en el otoo. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca haban hablado de eso, Delia pareca querer habituarse a pensar antes de contestarle. Despus lo mir brillantemente, irguindose de golpe. Estaba hermosa , le temblaba la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademn casi mgico.
-Entonces sos mi novio -dijo-. Qu distinto me parecs, qu cambiado.
Madre Celeste oy sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el da no se movi de su cuarto, adonde entraban de a uno sos hermanos para salir con caras largas y vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver ftbol y por la noche llev rosas a Delia. Los Maara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era ntimo y a la vez ms lejano. Perdan lasimplicidad de amigos para mirarse con los ojos de pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario bes a Delia, bes a mam Maara, y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en l, nuevo soporte del hogar, pero no le venan las palabras. Se notaba que tambin los Maara hubieran querido decirle algo y no se animaban. Agitando los peridicos volvieron a su cuarto. Y Mario se qued con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.
Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a pap Maara fuer a de la casa par hablarle de los annimos. Despus lo crey intilmente cruel porque nada poda hacerse contra esos miserables que los hostigaban. El peor vino un sbado a medioda en un sobre azul, Mario se qued mirando la fotografa de Hctor en
Utima Hora y los prrafos subrayados con tinta azul. Slo una honda desesperacin pudo arrastrarlo al suicidio, segn declaraciones familiares. Pens raramente que los familiares de Hctor ms por lo de Maara. Quiz fueron alguna vez en los primeros das.
Se acordaba ahora del pez de color muerto en el da anunciado por Delia. Slo una honda desesperacin pudo arrastrarlo. Quem el sobre, el recorte, hizo un recuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia , salvarla en s mismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco das no haba hablado con Delia ni con los Maara vino el segundo. En una cartulina celeste haba primero una estrellita no se saba por qu y despus : Yo que usted tendra cuidado con el escaln de la cancel. Del sobre sali un perfume vago a jabn de almendra. Mario pens si la de la casa de altos usara jabn de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la cmoda de Madre Celeste y de su hermana. Tambin quem ese annimo, tampoco le dijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres veintitantos, ahora iba despus de cenar a lo de Delia y hablaban pasendose por el jardincito de atrs o dando vuelta a la manzana. Con el calor coman menos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos pero traa pocas muestras a la sala, prefera guardarlos en cajas antiguas, protegidos en moldecitos, con un fino csped de papel verde claro por encima. Mario la not inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrs en las esquinas, y la noche que hizo un gesto de rechazo al llegar al buzn de Medrano y Rivadavia, Mario comprendi que tembin a ella la estaban torturando desde lejos que compartan sin decirlo el mismo hostigamiento.
Se encontr con pap Maara en el Munich de Cangallo y Pueyrredn, lo colm de cerveza y papas fritas sin arancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara d ella cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habl de los annimos, la nerviosidad de Delia, el buzn de Medrano y Rivadavia.
-Ya s que apenas nos casemos se acabarn las infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que la protejan. Una cosa as puede hacerle dao. Es tan delicada, tan sensible.
Vos quers decir que se puede volver loca, no es cierto ?
-Bueno , no es eso. Pero si recibe annimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...
- Vos no la conocs a Delia. Los annimos selos pasa...quiero decir que no le hacen mella. Es ms dura de lo que penss.
-Pero mire que est como sobresaltada, algo la trabaja -atin a decir indefenso Mario.
-No es por por eso, sabs. -Beba su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozco bien.
-Antes de qu ?
-Antes de que se le murieran, zonzo. Paga que estoy apurado.
Quiso protestar pero pap Maara estaba ya andando hacia la puerta, Le hizo un gesto vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se anim a seguirlo, ni siquiera a pensar mucho lo que acababa de or. Ahora estaba otra vez solo como al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Maara. Hasta los Maara.
Delia sospechaba algo porque lo recibi distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Maara haban hablado del encuentro en Munich, Mario esper que tocara el tema par ayudarla a salir de ese silencio pero ella prefera Rose Marie y un poco de Schumann, los tangos de Pacho con un comps cortado y entrador, hasta que los Maara llegaron con galletitas y mlaga y encendieron todas las luces. Se habl de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia crea que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Maara le daban la razn sin opinar pero no parecan convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, qu l mismo eligiera los pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se morira, tal vez el aceite le prolongara la vida un poco ms. Oyeron a un diariero en la esquina y los Maara corrieron juntos a comprar Ultima Hora. A muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la sala. Qued la lmpara en la mesa del rincn, manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno al piano haba una luz velada.
Mario pregunt por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los annimos, un resto de miedo a equivocarse lo detena cada vez. Delia estaba junto a l en el sof verde oscuro, su ropa celeste la recortaba dbilmente en la penumbra. Una vez que quiso besarla, la sinti contraerse poco a poco.
-Mam va a volver a despedirse. Esper que se vayan a la cama...
Afuera se oa a los Maara, el crujir del diario, su dilogo continuo, No tenan sueo esa noche, las once y media y seguan charlando. Delia volvi al piano, como obstinndose tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escala y adorno un poco cursis pero que a Mario le encantaban, y sigui en el piano hasta que los Maara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que l era de la familia tena que velar ms que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto pero rendidos de sueo, el calor entraba a bocanadas por la puerta del zagun y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina aunque Delia quera servrselo y se molest un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en la ventana, mirando la calle vaca por donde antes noches iguales se iban Rolo y Hctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que Delia
guardaba en la mano como otra pequea luna. No haba querido pedirle a Mario que probara delante de los Maara, l tena que comprender cmo la cansaban los reproches de los Maara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones. Claro que sino tena ganas, pero nadie le mereca ms confianza, los Maara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofreca el bombn como suplicando, pero Mario comprendi el deseo que poblaba su voz ahora lo abarcaba con una claridad que o vena de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano no haba bebido en la cocina y sostuvo con dos dedos el bombn con delia a su lado esperando el veredicto, anhelosa la respiracin como si todo dependier a de eso, sin hablar pero urgindolo con el resto, los ojos crecidos - o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acerc el bombn a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gema como si en medio de un placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apret apenas los flancos del bombn pero o lo miraba, tena los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban dividiendo el bombn. La luna cay de palno en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapn, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado.
Cuando le tir los pedazos a la cara, Delia se tap los ojos y empez a sollozar, jadeando en un hipo que la ahogaba, cada vez ms agudo el llanto como la noche de Rolo, entonces los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le suba por el pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por retorcimientos, pero l quera solamente que se callara, la de la casa de altos estara ya escuchando con miedo y delicia de modo que haba que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde haba encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos, todava arrastrndose para morir dentro de la casa, oa la respiracin de los Maara levantados, escondindose en el comedor para espiarlos, estaba seguro de que los Maara haban odo y estaban ah, contra la puerta, en la sombra del comedor, oyendo como l haca callar a Delia Afloj el apretn y la dej resbalar hasta el sof, convulsa y negra pero viva. Oa jadear a los Maara, le dieron lstima por tantas cosas, por delia misma, por dejrsela otra vez y viva. Igual que Hctor y Rolo se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lstima de los Maara que haban estado ah agazapados y esperando que l -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto de Delia.
Julio Cortzar
Bestiario