(copiado por Soul Asylum) JULIO CORTAZAR Nacido accidentalmente en Bruselas en 1914, Es uno de los escritores argentinos m s importante de todos los tiempos. Realiz  estudios de Letras y Magisterio y trabaj˘ como docente en varias ciudades de la Argentina. En 1951 fij˘ su residencia definitiva en ParĦs, desarrollando desde allĦ una obra literaria £nica dentro de la lengua castellana. Alguno de sus cuentos se entre los m s perfectos den- tro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos se encuentran entre los m s perfectos del g‚nero. Su novela Rayuela conmocion˘ el panorama cultural de su tiempo y marc˘ un hito insoslayable dentro de la narrativa contempor nea. Cort zar muri˘ en ParĦs en 1984. (Editorial Alfaguara) Circe And one kiss I had of her mouth, as I took the apple from her hand. But while I bit it, my brain whirled and my foot stumbled ; and I felt my crashing fall through the tangled boughs beneath her feet and saw the dead white faces that wecomed me in the pit. Dante Gabriel Rosetti The Orchard-Pit Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le doli˘ la coincidencia de los chismes entrecortados, la cara servil de Madre Celeste cont ndole a tĦa Beb‚, la incr‚dula desaz˘n, en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las palabras con la delicia de bolo vegetal. Y tambi‚n la chica de la farmacia -<>- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus l pices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia Ma¤ara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser asĦ, pero en Mrio se abrĦa paso la puerta limpia un aire de rabia subi‚ndole a la cara . Odi˘ de impreviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los habĦa querido nunca, s˘lo la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo y brutal, a don Emilio lo pute˘ de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la de la casa de altos le neg˘ el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volvĦa del trabajo en traba ostensiblemente para saludar a los Ma¤ara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que habĦa matado a sus dos novios. Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenĦa doce a¤os, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario crey˘ un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste : <>, y ni parpade˘ cuando su madre hizo adem n de cruzarle la cara con una toalla. Despu‚s de so fue la ruptura manifiesta ; lo dejaban solo, le lavaban la ropa por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salĦa, a veces la escuchaba reĦrse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas. Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se llor˘ y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolĦa casi colonial. Los Ma¤ara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario sigui˘ vi‚ndola dos veces por semana cuando volvĦa del banco. Era ya verano y Delia querĦa salir a veces, iban juntos a las confiterĦas de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumpli˘ diecinueve a¤os, Delia vio llegar sin fiestas - todavĦa estaba de negro- los veintid˘s. Los Ma¤ara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor s˘lo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponĦa el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y los Ma¤ara se dejaba pasear y comprar cosas, volver son la £ltima luz y recibir los domingos por la tarde. A veces salĦa sola hasta el antiguo barrio, donde H‚ctor la habĦa festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerr˘ con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguĦa a Delia, todos los animales se mostraban siempre sometidos Delia, no se sabĦa si era cari¤o o dominaci˘n, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario not˘ una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llam˘ (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decĦa que Delia habĦa jugado con ara¤as cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenĦa un poco de miedo. Y las mariposas venĦan a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. H‚ctor le habĦa regalado un conejo blanco, que muri˘ pronto, antes que H‚ctor. Pero H‚ctor se tir˘ en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oy˘ los primeros chismes. La muerte de Rolo M‚dicis no habĦa interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un sĦncope. Cuando H‚ctor se suicid˘ los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacĦa la cara servil de Madre Celeste cont ndole a tĦa Beb‚, la incr‚dula desaz˘n en el gesto de su padre. Para colmo fractura de cr neo, porque Rolo cay˘ de una pieza al salir del zagu n de los Ma¤ara, y aunque ya estaba muerto el golpe brutal contra el escal˘n fue otro feo detalle. Delia se habĦa quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos estaba cerca de ‚l y fue la primera en gritar. En cambio H‚ctor muri˘ solo, en una noche de helada blanca, alas cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los s bados. Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacĦa linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavĦa con el luto por H‚ctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho), aceptaba la compa¤Ħa de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se habĦa sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una <>, y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estaci˘n Medrano, miraba a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. MedĦa ese balanceo sobre negro, esa distancia. Pero DelĦa se acercarĦa cuando volviera al gris, a los claros sombreros para el domingo a la ma¤ana. Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataques cardĦacos o asfixia por inmersi˘n. Muchos conejos languidecen y mueren en casas, en los patios. Muchos perros rehuyen o aceptan las caricias. Las pocas lĦneas que H‚ctor dej˘ a su madre, los sollozos que la casa de altos dijo haber oĦdo en el zagu n de los Ma¤ara la noche en que muri˘ Rolo (pero antes del golpe), el rostro de Delia los primeros dĦas...La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y c˘mo de tantos nudos agreg ndose nace al final el trozo de tapiz, con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche. <>>. UN papelito arrancado al borde de CrĦtica, apretado con una piedra al lado del saco que qued˘ como un moj˘n para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche habĦa sido tan feliz, claro que lo habĦan visto raro las £ltimas semanas ; no raro, mejor distraĦdo, mirando el aire como si viera cosas. Igual que si se tratara de escribir algo en el aire , descifrar un enigma. Todos los muchachos del caf‚ RubĦ estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no, le fall˘ el coraz˘n de golpe. Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y Chevrolet doble faet˘n, de manera que pocos habĦan confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de los altos sostuvo dĦas y dĦas que el llanto de Rolo habĦa sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi en seguida el golpe atroz de la cabeza contra el escal˘n, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya in£til. Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubrĦa urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca pregunt˘ a Delia, esperaba vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia SabrĦa exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Ma¤ara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a H‚ctor sin violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional. Cuando Mario se sgreg˘, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, mas palpables y solĦcita de s bado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad epis˘dica, un dĦa toc˘ el piano, otra vez jug˘ al ludo ; era m s dulce con Mario, lo hacĦa sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o bordado. Nunca le decĦa nada de los postres o bombones , a Mario le extra¤aba pero lo atribuĦa a la delicadeza, a miedo de aburrirlo. Los Ma¤ara alababan los licores de Delia ; una noche quisieron servirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que habĦa volcado casi todas las botellas. <> empez˘ pla¤idera su madre, y no dijo m s por no apenar a Mario. Despu‚s se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocaci˘n de los novios. No volvieron hablar de licores hasta que Delia recobr˘ la animaci˘n y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Ma¤ara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con tel‚fonos, y lo hicieron quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego ‚l les dijo lo del ascenso, y que le traĦa bombones a Delia. -Hiciste mal en comprar eso, pero and  a llev rselos, est  en la sala.- Y lo miraron salir y se miraron hasta que Ma¤ara se sac˘ los tel‚fonos como si se quitara una corona de laurel, y la se¤ora suspir˘ desviando los ojos. De pronto los dos parecĦan desdichados, perdidos. Con un gesto turbio Ma¤ara levant˘ la palanquita de la galena. Delia se qued˘ mirando la caja y no hizo mucho caso a los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabĦa hacer bombones. ParecĦa excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empez˘ a describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los ba¤os de chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perfor˘ uno de los que le traĦa Mario para mostrarle como se los manipulaba ; Mario veĦa sus dedos demasiado blancos contra el bomb˘n, mir ndola explicar le parecĦa un cirujano pausando un delicado tiempo quir£rgico. El bomb˘n como una menuda laucha en los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sinti˘ un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. <>, hubiera querido decirle. <> Despu‚s le volvi˘ la alegrĦa des ascenso, oy˘ a Delia repetir la receta del licor de t‚, del licor de rosa...Hundi˘ los dedos en la caja y comi˘ dos, tres bombones seguidos. El se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. <>, pens˘ raramente. <> Ahora ya es m s difĦcil hablar de esto, est  mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidos menores, de falsedades mĦnimas que tejen y tejen por detr s de los recuerdos ; parece que ‚l iba m s seguido a lo de los Ma¤ara, la vuelta a la vida de Delia lo ce¤Ħa a sus gustos y sus caprichos, hasta los Ma¤ara le pidieron con alg£n recelo que alentara a Delia, y ‚l compraba sustancias para los licores, los filtros y embudos que ella recibĦa con una grave satisfacci˘n en la que Mario sospechaba un poco de amor, por lo menos alg£n olvido de los muertos. Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecĦa sin sonreĦr, pero d ndole lo mejor del postre y el caf‚ muy caliente. Por fin habĦan cesado los chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Qui‚n si sabe si los bofetones al m s chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso ; Mario lleg˘ a creer que habĦan recapacitado, que absolvĦan a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habl˘ de su casa en lo de Ma¤ara, ni mencion˘ a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de la otra ; la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanzas de que el futuro acercara las casas, las gentes, el sordo al paso incomprensible que sentĦa -a veces, a solas- como Ħntimamente ajeno y oscuro. Otras gentes no iban a ver a los Ma¤ara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o amigos. Mario no tenĦa necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos sabĦan que era ‚l . En diciembre, con un calor h£medo y dulce, Delia logr˘ el licor de naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Ma£ara no quisieron probarlo, seguros de que les harĦa mal. Delia no se ofendi˘, pero estaba como transfigu- rada mientras Mario sorbĦa apreciativo el dedalito viol ceo lleno de luz naranja, de olor quemante. <>, dijo una o dos veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observ˘ : <> Los Ma¤ara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince dĦas de trabajo. A Rolo le habĦan gustado los licores de Delia. Mario lo por las palabras de los Ma¤ara dichas al pasar cuando Delia no estaba ; <> Tener un novio tan delicado, Mario comprendĦa ahora la liberaci˘n que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Ma¤ara qu‚ le gustaba a H‚ctor, si tambi‚n Delia le hacĦa licores o postres a H‚ctor. Pens˘ en los bombones que Delia volvĦa a ensayar y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le decĦa a Mario que Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Despu‚s de pedir muchas veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con un asomo de menta y nuez moscada mezcl ndose raramente-, Delia tenĦa los ojos bajos y el aire modesto. Se neg˘ a aceptar los elogios, no era m s que un ensayo y a£n estaba lejos de los que se proponĦa. Pero a la visita siguiente -tambi‚n de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permiti˘ probar otro ensayo. HabĦa que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Mario obediente cerr˘ los ojos y adivin˘ un sabor a mandarina, levĦsimo, viniendo desde lo m s hondo del chocolare. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes, no alcanz˘ a sentir el sabor y era s˘lo la sensaci˘n agradable de encontrar un apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva. Delia estaba contenta con el resultado, dijo a Mario que su descripci˘n del sabor se acercaba a lo que habĦa esperado. TodavĦa faltaban ensayos, habĦa cosas sutiles por equilibrar. Los Ma¤ara le dijeron a Mario que Delia no habĦa vuelto a sentarse al piano, que se pasaba horas preparando los licores, los bomobones. No lo decĦan con reproche, pero tampoco estaban contentos ; Mario adivin˘ que los gastos de Delia los afligĦan. Entonces pidi˘ a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias.Ella hizo algo que nunca antes, le pas˘ los brazos por el cuello y lo bes˘ en la mejilla. Su boca olĦa despacito a menta. Mario cerr˘ los ojos, llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los p rpados. Y el beso volvi˘, m s duro y quej ndose. No supo si le habĦa devuelto el beso, tal vez se que d˘ quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra d ella sala. Ella toc˘ el piano, como casi nunca ahora, y le pidi˘ que volviera al otro dĦa. Nunca habĦan hablado con esa voz, nunca se habĦan callado asĦ. Los Ma¤ara sospecharon algo porque vinieron agitando los peri˘dicos y con noticias de una aviador perdido en el Atl ntico. Eran dĦas en que muchos aviadores se quedaban a mitad del Atl ntico. Alguien encendi˘ la luz y Delia se apart˘ enojada del piano, a Mario le pareci˘ que su gesto ante la luz tenĦa algo como una fuga enceguecida del ciempi‚s, una loca carrera por las paredes. AbrĦa y cerraba las manos, en el cano de la puerta, y despu‚s volvi˘ como avergonzada, mirando de reojo a los Ma¤ara ; los miraba de reojo y sonreĦa. Sin sorpresa, casi como una confirmaci˘n, midi˘ Mario esa noche ;a fragilidad de la paz de Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase ; H‚ctor era ya el desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manĦas delicadas, la manipulaci˘n de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercanĦa de las mariposas y los gatos, el aura de su respiraci˘n a medias en la muerte. Se prometi˘ una caridad sin lĦmites, una cura de a¤os en habitaciones claras y parques alejados del recuerdo ; tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese m s una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir. Crey˘ que los Ma¤ara iban a alegrarse cuando ‚ l empezara a traerle los extractos a delia ; en cambio se enfurru¤aron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban transando y y‚ndose, sobre todo cuando venĦa la hora de las pruebas, siempre en la sala y casi de noche, y habĦa que cerrar los ojos y definir -con cu ntas vacilaciones a veces por sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, peque¤o milagro en el plato de alpaca. A cambio de esas atenciones Mario obtenĦa de Delia la promesa de ir juntos al cine o a pasear por Palermo. En los Ma¤ara advertĦa gratitud y complicidad cada vez que venĦa a buscarla el s bado de tarde o la ma¤ana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos en la casa para oĦr radio o jugar a las cartas. Pero tambi‚n sospech˘ una repugnancia de Delia de irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Ma¤ara se alegr˘ m s, entonces se divertĦa de veras en la Exposici˘n Rural, querĦa pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudi ndolos hasta cansarse. El aire puro le hacĦa bien, Mario le vio una tez m s clara y una andar decidido. L stima esa vuelta vespertina al laboratorio, el ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la absorbĦan al punto de dejar los licores ; ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A los Ma¤ara nunca ; Mario sospechaba sin razones que los Ma¤ara hubieran rehusado probar sabores nuevos ; preferĦan los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero como invit ndolos, ellos escogĦan las formas simples, las de antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario le divertĦa el sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distraĦdo. Guardaba para ‚l las novedades, a £ltimo momento venĦa de la cocina con el platito de alpaca ; una vez se hizo tarde tocando el piano y Delia dej˘ que la acompa¤ara hasta la cocina para buscar uno bombones nuevos. Cuando encendi˘ la luz, Mario vio el gato dormido en su rinc˘n, y las cucarachas que huĦan por las baldosas. Se acord˘ de la cocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los z˘calos. Aquella noche los bombones tenĦan gusto a moka y un dejo raramente salado (en lo m s lejano del sabor) como si al final el gusto se escondiera en una l grima ; era idiota pensar en eso, en el resto de las l grimas caĦdas de la noche de Rolo en el zagu n. -El pez de color est  triste -dijo Delia mostr ndole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones. Un pececillo rosa trasl£cido dormitaba con un acompasado movimiento de la boca. Su ojo frĦo miraba a Mario como una perla viva. Mario pens˘ en el ojo salado como una l grima que resbalarĦa entre los dientes al mascarlo. -Hay que renovarle m s seguido el agua -propuso. -Es in£til, est  viejo y enfermo. Ma¤ana se va a morir. A ‚l le son˘ el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos. TodavĦa tan cerca de aquello, del pelda¤o y el muelle, con fotos de H‚ctor aprareciendo de golpe entre los pares de medias o enaguas de verano. Y una flor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero. Antes de irse le pidi˘ que se casara con ‚l en el oto¤o. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habĦan hablado de eso, Delia parecĦa querer habituarse a pensar antes de contestarle. Despu‚s lo mir˘ brillantemente, irgui‚ndose de golpe. Estaba hermosa , le temblaba la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un adem n casi m gico. -Entonces sos mi novio -dijo-. Qu‚ distinto me parec‚s, qu‚ cambiado. Madre Celeste oy˘ sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el dĦa no se movi˘ de su cuarto, adonde entraban de a uno sos hermanos para salir con caras largas y vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver f£tbol y por la noche llev˘ rosas a Delia. Los Ma¤ara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era Ħntimo y a la vez m s lejano. PerdĦan lasimplicidad de amigos para mirarse con los ojos de pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario bes˘ a Delia, bes˘ a mam  Ma¤ara, y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en ‚l, nuevo soporte del hogar, pero no le venĦan las palabras. Se notaba que tambi‚n los Ma¤ara hubieran querido decirle algo y no se animaban. Agitando los peri˘dicos volvieron a su cuarto. Y Mario se qued˘ con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio. Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a pap  Ma¤ara fuer a de la casa par hablarle de los an˘nimos. Despu‚s lo crey˘ in£tilmente cruel porque nada podĦa hacerse contra esos miserables que los hostigaban. El peor vino un s bado a mediodĦa en un sobre azul, Mario se qued˘ mirando la fotografĦa de H‚ctor en Utima Hora y los p rrafos subrayados con tinta azul. <> Pens˘ raramente que los familiares de H‚ctor m s por lo de Ma¤ara. Quiz  fueron alguna vez en los primeros dĦas. Se acordaba ahora del pez de color muerto en el dĦa anunciado por Delia. S˘lo una honda desesperaci˘n pudo arrastrarlo. Quem˘ el sobre, el recorte, hizo un recuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia , salvarla en sĦ mismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco dĦas (no habĦa hablado con Delia ni con los Ma¤ara) vino el segundo. En una cartulina celeste habĦa primero una estrellita ( no se sabĦa por qu‚) y despu‚s : <> Del sobre sali˘ un perfume vago a jab˘n de almendra. Mario pens˘ si la de la casa de altos usarĦa jab˘n de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la c˘moda de Madre Celeste y de su hermana. Tambi‚n quem˘ ese an˘nimo, tampoco le dijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres veintitantos, ahora iba despu‚s de cenar a lo de Delia y hablaban pase ndose por el jardincito de atr s o dando vuelta a la manzana. Con el calor comĦan menos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos pero traĦa pocas muestras a la sala, preferĦa guardarlos en cajas antiguas, protegidos en moldecitos, con un fino c‚sped de papel verde claro por encima. Mario la not˘ inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atr s en las esquinas, y la noche que hizo un gesto de rechazo al llegar al buz˘n de Medrano y Rivadavia, Mario comprendi˘ que tembi‚n a ella la estaban torturando desde lejos ; que compartĦan sin decirlo el mismo hostigamiento. Se encontr˘ con pap  Ma¤ara en el Munich de Cangallo y Pueyrred˘n, lo colm˘ de cerveza y papas fritas sin arancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara d ella cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habl˘ de los an˘nimos, la nerviosidad de Delia, el buz˘n de Medrano y Rivadavia. -Ya s‚ que apenas nos casemos se acabar n las infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que la protejan. Una cosa asĦ puede hacerle da¤o. Es tan delicada, tan sensible. Vos quer‚s decir que se puede volver loca, ¨no es cierto ? -Bueno , no es eso. Pero si recibe an˘nimos como yo y se los calla, y eso se va juntando... - Vos no la conoc‚s a Delia. Los an˘nimos selos pasa...quiero decir que no le hacen mella. Es m s dura de lo que pens s. -Pero mire que est  como sobresaltada, algo la trabaja -atin˘ a decir indefenso Mario. -No es por por eso, sab‚s. -BebĦa su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozco bien. -¨Antes de qu‚ ? -Antes de que se le murieran, zonzo. Pag a que estoy apurado. Quiso protestar pero pap  Ma¤ara estaba ya andando hacia la puerta, Le hizo un gesto vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se anim˘ a seguirlo, ni siquiera a pensar mucho lo que acababa de oĦr. Ahora estaba otra vez solo como al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Ma¤ara. Hasta los Ma¤ara. Delia sospechaba algo porque lo recibi˘ distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Ma¤ara habĦan hablado del encuentro en Munich, Mario esper˘ que tocara el tema par ayudarla a salir de ese silencio pero ella preferĦa Rose Marie y un poco de Schumann, los tangos de Pacho con un comp s cortado y entrador, hasta que los Ma¤ara llegaron con galletitas y m laga y encendieron todas las luces. Se habl˘ de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia creĦa que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Ma¤ara le daban la raz˘n sin opinar pero no parecĦan convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, qu‚ ‚l mismo eligiera los pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se morirĦa, tal vez el aceite le prolongara la vida un poco m s. Oyeron a un diariero en la esquina y los Ma¤ara corrieron juntos a comprar Ultima Hora. A muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la sala. Qued˘ la l mpara en la mesa del rinc˘n, manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno al piano habĦa una luz velada. Mario pregunt˘ por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los an˘nimos, un resto de miedo a equivocarse lo detenĦa cada vez. Delia estaba junto a ‚l en el sof  verde oscuro, su ropa celeste la recortaba d‚bilmente en la penumbra. Una vez que quiso besarla, la sinti˘ contraerse poco a poco. -Mam  va a volver a despedirse. Esper  que se vayan a la cama... Afuera se oĦa a los Ma¤ara, el crujir del diario, su di logo continuo, No tenĦan sue¤o esa noche, las once y media y seguĦan charlando. Delia volvi˘ al piano, como obstin ndose tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escala y adorno un poco cursis pero que a Mario le encantaban, y sigui˘ en el piano hasta que los Ma¤ara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que ‚l era de la familia tenĦa que velar m s que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto pero rendidos de sue¤o, el calor entraba a bocanadas por la puerta del zagu n y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina aunque Delia querĦa servĦrselo y se molest˘ un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en la ventana, mirando la calle vacĦa por donde antes noches iguales se iban Rolo y H‚ctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que Delia guardaba en la mano como otra peque¤a luna. No habĦa querido pedirle a Mario que probara delante de los Ma¤ara, ‚l tenĦa que comprender c˘mo la cansaban los reproches de los Ma¤ara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones. Claro que sino tenĦa ganas, pero nadie le merecĦa m s confianza, los Ma¤ara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofrecĦa el bomb˘n como suplicando, pero Mario comprendi˘ el deseo que poblaba su voz ahora lo abarcaba con una claridad que o venĦa de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano (no habĦa bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bomb˘n con delia a su lado esperando el veredicto, anhelosa la respiraci˘n como si todo dependier a de eso, sin hablar pero urgi‚ndolo con el resto, los ojos crecidos - o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acerc˘ el bomb˘n a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gemĦa como si en medio de un placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apret˘ apenas los flancos del bomb˘n pero o lo miraba, tenĦa los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban dividiendo el bomb˘n. La luna cay˘ de palno en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento cori ceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazap n, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado. Cuando le tir˘ los pedazos a la cara, Delia se tap˘ los ojos y empez˘ a sollozar, jadeando en un hipo que la ahogaba, cada vez m s agudo el llanto como la noche de Rolo, entonces los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le subĦa por el pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por retorcimientos, pero ‚l querĦa solamente que se callara, la de la casa de altos estarĦa ya escuchando con miedo y delicia de modo que habĦa que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde habĦa encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos, todavĦa arrastr ndose para morir dentro de la casa, oĦa la respiraci˘n de los Ma¤ara levantados, escondi‚ndose en el comedor para espiarlos, estaba seguro de que los Ma¤ara habĦan oĦdo y estaban ahĦ, contra la puerta, en la sombra del comedor, oyendo como ‚l hacĦa callar a Delia> Afloj˘ el apret˘n y la dej˘ resbalar hasta el sof , convulsa y negra pero viva. OĦa jadear a los Ma¤ara, le dieron l stima por tantas cosas, por delia misma, por dej rsela otra vez y viva. Igual que H‚ctor y Rolo se iba y se las dejaba. Tuvo mucha l stima de los Ma¤ara que habĦan estado ahĦ agazapados y esperando que ‚l -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto de Delia. Julio Cort zar (Bestiario)